martes, 22 de marzo de 2011

La represión franquista en Asturias

Una vez que los frentes de Asturias cayeron por completo el 21 de octubre de 1937, comenzó la ocupación de las ciudades, pueblos y aldeas por parte de los falangistas, guardias civiles, moros y militares. Con ellos llegaron las matanzas sistemáticas, los encarcelamientos masivos, de todos cuantos "pretendían un trabajo remunerado y una sociedad feliz".  Asesinaban a mansalva, hasta el punto de que un suizo, testigo de las matanzas, que consiguió salir de Asturias, salió espantado de lo que había visto en el Oviedo fascista. Ya no eran las "sacas" y los disparos al amanecer o al atardecer o a cualquier hora -que todas les venían bien- , sino las procesiones de jovenzuelos "pelayos", inmaculadas "margaritas", falangistas de la Bandera de Oviedo y de la criminal Bandera de Valladolid (falangistas que se ensañaron en el concejo de Aller). Caminaban con los "reos" para ser agarrotados en el Campo de San Francisco. (Averigüe el lector en qué puntos se colocaban las sillas en que sentaban a los agarrotados). 
Hay un punto de exageración en cuanto a "los cuarenta mil asesinados" que refiere La Vanguardia (para 1938),  aunque a estas alturas estamos en condiciones de afirmar que ya pasan de 20.000 los asesinados en Asturias, y aún los historiadores estamos a la mitad de la investigación concejo a concejo. Por lo que toca a Aller hemos de decir que fueron asesinados más de 600 republicanos, y que en su conjunto fueron perseguidos de un modo u otro más de 2.500 (por hablar en números redondos). Y esto solamente en el concejo de Aller.
Si se eliminan los términos propagandísticos -como ocurre en toda guerra- merece la pena tomar nota de lo que se afirma en lo que se refiere al "aquelarre", el "auto de fe" medieval, con que realizaban aquellos asesinatos en garrote vil. Los primeros agarrotamientos se produjeron en Aller -los panaderos de Cuérigo-,  y en Langreo -el fubolista Abelardo Carcedo-,  en la plaza pública y ante los ojos de todos los enemigos (falangistas, caciques, guardias civiles, los curas y sus beatas) y de todos los vecinos a los que se les conminaba para que acudieran a aquel horrendo crimen.  Esto ya no es propaganda, sino el hecho histórico, y eso es lo que se debe obtener en la lectura de este tremendo artículo de La Vanguardia.


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