jueves, 25 de noviembre de 2010

Los moros en el Concejo de Aller

Los moros formaban parte del Ejército español y estaban encuadrados en los Tabores de Regulares, donde los oficiales mayoritariamente eran cristianos. También hubo oficiales moros, uno de los más conocidos por su instinto criminal fue Mizian que llegó al grado de General concedido por otro de su misma laya.
Llegaron a Asturias para sofocar la Revolución de 1934, y entraban a saco, asesinando y robando. Fueron los primeros en entrar en Oviedo, y la carnicería, violaciones, robos, que se produjeron en las dos horas que les daban los "honorables" oficiales del Ejército español, causaba espanto. Tanto era así que el pacto entre Ochoa y Belarmino Tomás consistió -entre otros puntos sin relevancia- en que los moros no entraran los primeros en los pueblos de las cuencas mineras. Estuvieron durante meses en Asturias, y volvieron de nuevo para combatir al lado de Franco y sus compinches.
Fueron la fuerza de choque, murieron a miles, pues se contabiliza un total cercano a los 180.000 moros en el Ejército franquista durante los tres años de enfrentamiento militar. Llegaron a los bordes de Asturias desde León, y desde occidente, también era la carne de cañón en las batallas decisivas del Oriente asturiano en el mes de septiembre y octubre de 1937. Sabían los moros que batallar contra las tropas republicanas asturianas -los mineros- no era cosa de coser y cantar, y temían a la muerte. Los oficiales franquistas los lanzaban en cabeza para tomar una posición, y en el supuesto de que se negaran o caminaran demasiado lentamente había órdenes de disparar desde su retaguardia. De ese modo no tenían más salida que correr hacia la muerte. Y este fue el destino decenas de miles de moros a los que se les engañaba con un salario escaso y bollo de pan en África para su familia.
A partir de finales de octubre de 1937 los moros llegaron al Concejo de Aller, y de este sitio no marcharon hasta el año 1951. Todos recuerdan -entre los mayores- dónde estaban situados los cuarteles de los moros, desde Caborana a Cabañaquinta. Había orden de alojar en casas particulares a los que no cabían en los cuarteles -pues eran necesarios para persecución y "caza" de los fugados y guerrilleros que había en los montes de Aller. Las casas elegidas eran las de las mujeres viudas de rojos, o de fugados, o de desparecidos. Esta situación era indignante -el moro tenía derecho a cocina y habitación- y demasiado humillante para la mujer que tuviera alojado a semejante energúmeno. Más aún cuando se convertía en el punto de mira de las beatas y falangistas y eran la comidilla del pueblo: "No tiene marido, pero tiene un moro metido en casa". Además de los crímenes y violaciones que se produjeron (aún se recuerda el crimen de -Sara- una mujer que regentaba un negocio en Vega, a la cual degollaron sin piedad después de haberse ensañado con ella). Así durante 14 años, hasta 1951.

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