El ejército franquista alojó en casas de particulares a los militares y soldados que les parecía conveniente, durante un tiempo no determinado, y sin pago alguno por el hecho mismo del alojamiento a los dueños o inquilinos de la casa. Se daban casos sangrantes como la familia que tenía que pagar un alquiler mientras el sujeto que le habían colocado en la casa con derecho a habitación y cocina, además de la sal, el agua y la luz no pagaba un céntimo. Más humillante en el caso de las mujeres que vivían con sus hijos -ya no estaban solas- y cuyo marido se hallaba preso o muerto y colocaban en ese hogar a "un moro o a un cristiano" -igual da- provocando con esta situación los comentarios más perniciosos sobre la mujer que tenía que soportar tal intrusión. Fueron tantos los abusos que desde el propio ejército faccioso tuvieron que publicar una orden delimitando los "derechos" de los alojados. También los "derechos de los "alojantes".
Estos tenían derecho a conservar su cama, y una habitación donde hacer su vida, así como la cocina para poder guisar. Si no fuera porque no podemos sospechar que "un español" pueda meterse en cama ajena, de la orden del ejercito fascista se diría que aquellos "moros" y "españoles" se apropiaban de la cama del matrimonio. Desde luego, teniendo en cuenta la honorabilidad de estos "alojados", suponemos que no se apropiaban de nada más. La lectura detenida de la orden da lugar a cuantas interpretaciones quepan en la cabeza de cada cual.
Se alojaron en casas donde había un matrimonio -hombre y mujer e hijos-; donde había mujeres solas con hijos; donde había dos mujeres; todas estas situaciones daban lugar a chismes y comentarios soeces.
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